lunes, octubre 23, 2006

Algunos clientes del Korova.


El Korova es ese local nocturno en el que agradecerías no encontrar nunca a tu hermana; en el que pides una copa al camarero sin que te pregunte la marca. Es un club con la luz justa para encontrar la salida y distinguir las copas de los ceniceros; en el que la gente si tiene algo importante que decir se lo suele callar. Pero si algo distingue al Korova son sus clientes, una fauna tan variada que dejaría en una reunión de vecinos el sarao que organizó aquel tipo bíblico, el tal Noé.
Gente habitual o gente de paso. Pero gente que dejó huellas de las que no se esconden ni frotándolas con el tiempo. Gente como Sandy Kaufman, aquella imponente rubia de formas voluptuosas recién llegada de Arizona. Dave vio un potencial enorme en ella y la puso de camarera. Cuando Sandy pasaba con la bandeja al lado tuyo, contoneándose, daban ganas de chuparle los dedos a su ginecólogo. Dave tuvo que despedirla. Le dijo: “Cariño, en este club hay unas normas. No puedo permitir que los clientes se mareen con tus curvas antes de la tercera copa”.
A Joe el Cieno le trazó la sonrisa un carpintero y lo mismo le valía para salvarte la vida que robarte la esposa. El color verde de sus ojos era tan sucio que hacía falta salvavidas para no ahogarse. Joe es un tipo contradictorio que vive de traficar con favores sin ningún pudor, tanto que nadie sabría hacia que lado se inclinaría la balanza si se sopesara la gente a la que había engañado, robado, sobornado y besado con los que había ayudado. Es el tipo que te puede dar todo cuando no esperas nada. Le dejó una noche la marea en el Korova y decidió quedarse. Nadie sabe que ocurrió entre él y Dave, tan solo que si Joe hubiera intentado pagar una copa Dave le habría roto el brazo. Joe el cieno. Su apodo no era más turbio que su vida, pero siempre me pareció un tipo simpático, de buena familia. Me fiaba del criterio de Peter Cost, un ex director de cine porno habitual del club. Una noche me lo dijo: “Vamos Pike, muchacho, ¿has visto como agarra Jou por la cintura a aquella fulana? Eso solo lo enseñan en colegios de pago”.
En el Korova podrías encontrar a gente impredecible, como Buddy Lewis. Buddy era un tipo duro, al que ni siquiera la melodía de un cáncer le hizo bailar. La noche que supimos que llevaba dos semanas él solo internado en un hospital, con un cáncer tan íntimo que la mitad de las vísceras de su cuerpo estaban fuera por desahucio, le vimos aparecer en la puerta del Korova, consumido y con el cáncer cayéndosele por los bolsillos. Dave reunió la presencia de ánimo suficiente para preguntarle “¿Qué tal Buddy?”, él pidió una ginebra, le dio un sorbo y dijo “sigo bien, Dave, sigo bien”. Cuando unos días después fuimos a su velatorio estaba tan consumido que el tipo que lo incineró nos dijo que solo tuvo que recalentarlo un poco.
Pero también había quien echaba de menos el antiguo ambiente del Korova. El viejo profesor Gus Revert me lo recordaba muchas noches “Pike, muchacho, aquello si eran buenos tiempos. En este bar podías acostarte cada noche con una mujer. Algunas veces, incluso, sin pagarles”.
Da igual. En el Korova la música nunca cesa para los que no bailan.



_ ¿Por qué vuelves a esta carnicería?
_ Por dinero
_ Ese dinero te traerá remordimientos.
_ Remordimientos ya tengo. Lo que no tengo es dinero

Woodfoot (Lloyd Nolan) y Sandy McKenzie (Stewart Granger) · La última caza

sábado, octubre 14, 2006

Domingo por la mañana


Me gusta el Korova los domingos por la mañana. El local todavía huele a tabaco, whiskey y lágrimas. En alguna de las mesas del fondo se derrite el hielo de una copa olvidada, y con la suficiente atención se vislumbran las rezagadas volutas de humo de los últimos cigarrillos de la noche. Gillespie gira en la vieja gramola y la tenue luz del ventanuco de la fachada principal envuelve el interior del club en una especie de bruma fantasmal.
Dave Mannilow siempre tiene unos minutos para acordarse de los familiares de su primera mujer, hacer inventario de toda la buena gente que visitó el local la última noche y vaciar alguna botella para verter unas gotas de filosofía.
_ Ayer estuvo de nuevo por aquí Bruce O’Riordan. Ese tipejo sólo quiere que su apestoso club deje de ser un cementerio y se parezca en algo al Korova. Muchacho, en esta jodida ciudad le copian a uno hasta la forma de rascarse el culo. – Dave siempre acompañaba estas máximas con un sencillo gesto, frunciendo tanto el ceño que en el surco de su entrecejo podría haber navegado un viejo vapor del Mississippi.
_ Iluso irlandés, el secreto del Korova está en… Jake, me caes bien, y pareces un buen tipo, pero Annie siempre decía que hablo demasiado y creo que es la única cosa en la que le doy la razón.

Los domingos por la mañana, sólo una sombra acompaña a Mannilow. Encorvado sobre la barra y siempre con el mismo pulcro traje gris. Era tan fácil verlo como difícil darse cuenta de que estaba allí. El viejo Gus Revert me lo dijo una vez.
_ Murió hace tres años y desde entonces sigue muriendo un poco cada día.
Nadie sabe qué fue lo que realmente le ocurrió a Leo Cockram. Algunos decían que sus ojos empezaron reflejando rabia, más tarde angustia, pesadumbre, y finalmente, terminaron por callarse para siempre y no decir nada.
_ He visto domingos de otoño más alegres que este tipo – me comentó una vez Peter Cost. Sería capaz de matar a un pez de aburrimiento.
Su rutina era la ausencia de rutina. No bebía, no fumaba y jamás hablaba con nadie. Una mañana de domingo como aquella, Dave intentó acercarse al lejano y desconocido mundo de Leo Cockram.
_ Leo, ¿cuánto tiempo hace que vienes al Korova? ¿Cuatro años? Llevas más de dos sin abrir la boca, ni siquiera para pedir una copa. Nunca te lo he reprochado, ni lo haré, pero al menos podrías explicar qué diablos te ocurre.
Cockram, sin mover un músculo, apenas sin abrir la boca, contestó:
_ Espero.
_ Muchacho, no conozco nada tan importante en este mundo que requiera ser esperado tanto tiempo. ¿Qué es lo que esperas? ¿A quién?
Esta vez, Cockram sí levantó la vista. Dave dijo que sus ojos eran mudos y vacíos, como el cañón de un revólver antes de ser disparado.
_ No lo recuerdo.

— ¿Dónde estabas esta mañana?
— No recuerdo, hace demasiado tiempo.
— ¿Qué harás esta noche?
— Nunca hago planes con tanta antelación.

Rick Blaine (Humphrey Bogart) · Casablanca