miércoles, junio 11, 2008

Cambio de aires


Yo estaba allí el día que el local cambió de propietarios. Una de esas noches en las que había llovido tanto que sacaban a los peces del lago Michigan medio ahogados. Entraron al Korova dos tipos abrigados con metralletas Thompson detrás de unas gabardinas que impedían que se les calara el alma. Pero Frankie ni se inmutó.

Frankie Hogan era uno de esos tipos duros, fieles a sus principios aunque algunos de ellos fuesen tan discutibles como la misma Biblia. Su lealtad a los hermanos O´Donell estaba a prueba de halagos y hacía mucho tiempo que pasaba por ser su hombre de mayor confianza, aunque ello implicara meter sus manos en los más turbios asuntos. Tenía una gran habilidad con las armas y la costumbre de hacer pocas preguntas, cualidades muy valoradas en el Chicago de aquellos años.

Nadie podrá decir nunca que cuando los hermanos O´Donell le pidieron que se encargara del Korova él pusiera mala cara, tan sólo que aceptó con resignación la decisión de Klondike O´Donell. Maldita sea, le dijo éste al ver sus dudas, sólo es la gestión de un bar, no es necesario que pongan tu cara en el monte Rushmore. Y Frankie, una vez más, aceptó el encargo. Se dedicó al negocio de forma tan abnegada que nos sorprendió a todos. Llegaba el primero a local y se marchaba el último, vigilaba la caja y cuidaba todos los detalles. ¡Dios santo!, incluso se ocupaba de que los ceniceros ya estuvieran sucios cuando llegaban los clientes. Su dedicación al club llegó a tal punto, que los chicos aseguraban que robaba material de su casa para llevarlo al trabajo.

Pero Frankie nunca había dirigido un negocio. Lo único que Hogan sabía de la gerencia de un bar es lo mucho que cuesta, tras una pelea, enjuagar las manchas de sangre de la conciencia. La primera noche que lo vi tras la barra tuve la sensación de que en su vida había estado tan apurado. Y no es decir poco de un tipo con su reputación. Eran unos años difíciles en Chicago con el whisky circulando de contrabando por toda la ciudad con salvoconductos que se compraban por unos cuantos dólares. Las trifulcas eran continuas y Frankie era un tipo con poco aguante. Nunca encajó bien las bromas. En cierta ocasión un tipo le tomó el pelo con una burla. ”Te acabo de marcar un tanto”, le espetó entre carcajadas. Frankie muy tranquilo sacó su magnun de la cartuchera y le descerrajó un tiro en la mano; “empate a uno”, le contestó.

Eran tiempos difíciles y episodios como este no ayudaban al local, que fue perdiendo su clientela y su fama de lugar de moda. Durante un tiempo el bar fue languideciendo y perdiendo ese caché que tanto le costó obtener. Llegó un momento en que hasta las trifulcas parecían de garrafón. Hogan sabía que aquel no era su sitio. No encontró el pulso al local en ningún momento. Nada le salía bien, no acertaba con los camareros ni con los músicos que llevaba. Muchacho, aquel club degeneró tanto que lo único que te podían contagiar las coristas era la varicela.

Además, los hermanos O´Donell andaban metidos en tantos problemas que permanecían ajenos a la decadencia en que estaba entrando el club. Había una fuerte lucha en la ciudad por hacerse con el control del contrabando de whisky y favores y, si bien los O´Donell contaban con una banda establecida, Capone estaba imponiéndose con esa contundencia que da añadir a la oratoria un tiro en la frente de cualquier rival.

Por eso sentí admiración por Frankie cuando lo vi guardar la recaudación del día y acercarse tranquilo a aquellos dos tipos. Hacía días que los hermanos O´Donell habían desaparecido de la ciudad y todo el mundo sabía que era Capone quien había pagado esas vacaciones. La visita de sus hombres al Korova era una cuestión de tiempo. Y Frankie les había esperado, sabedor de su destino. Cuando encontraron su cuerpo unos días después llevaba tanto plomo en el cuerpo que no sabían si trasladarlo a la morgue o al desguace. Lo que todos sabíamos es que Hogan había muerto tranquilo porque un tipo como él lo único que no se puede permitir es encontrarse con la muerte sin haber cuadrado la caja.


– Es una jactancia pensar que uno es un ser especial. ¿Crees que has inventado las borracheras?
– No, pero podría patentar las mías.

Sheriff John T. Chance (John Wayne) & Dude (Dean Martin) · Río Bravo