martes, octubre 28, 2008

Códigos


Pasó dos semanas en los calabozos de la comisaría y me contó uno de los policías que lo interrogó, que la única declaración útil que le sacaron fueron un par de silencios. Los chicos se emplearon a fondo con él, le dieron duro, hasta que la pintura de las paredes comenzó a sangrar. Pero, muchacho, le sacamos tan poca información como si interrogáramos a una pregunta.

Tony Payne conocía los códigos. Los aceptaba y cumplía porque los había mamado y digerido desde que nació. Se había criado en la calle, con unos padres ausentes, tutelado por los tipos que llevaban un garito de juego clandestino en la calle Edgewood. Con la niebla de Chicago como única patria y bandera. Y había aprendido que en la vida cada uno tiene unas normas que, para bien o para mal, debe aceptar o rebelarse contra ellas. Y tenía muy clara su elección.

Había dejado tan pronto la escuela que lo único que los profesores recordaban de él era que fue un alumno capaz de copiar hasta en los exámenes orales. Tenía sólo catorce años y no habría pasado de ser un raterillo de la Avenida Bloomingdale, de no haber caído en gracia a Sam Giancana. Sam era el capo que controlaba la ciudad y le hizo gracia aquel chico que cuando le estaba limpiando los zapatos le robaba el reloj mientras le sustraía la cartera. Normalmente, por algo así, cualquier otro habría acabado con un novedoso surtido de agujeros en el cuerpo, pero Sam vio en los ojos de Tony un brillo especial capaz de elevarse de entre los escombros de la escasez. Muchacho, le dijo, soy un tipo como tú, que antes que el éxito probó el sabor del lodo. Trabaja para mí, muchacho y te garantizo que cuando encuentren tu cuerpo nadie podrá decir nunca que no ibas bien vestido.

Desde entonces comenzó a trabajar para Sam en golpes que iban creciendo a la par en riesgos y beneficios. Pero Tony siempre lograba escabullirse. Y cuando no, como la primera vez que lo detuvieron, demostraba la solidez de un tipo curtido. Cuando el poli intentó tomarle las huellas la tinta patinaba de tal manera por la yema de sus dedos que le untaron los dedos con un pincel.

Han pasado ya algunos años desde entonces, pero Tony conserva intactos sus principios. Todos lo saben. Y cuando el comisario pide ahora que lo vuelvan a interrogar, los polis se miran entre sí. Payne lleva ya dos semanas en los calabozos. Ellos saben que no le van a sacar ni una maldita palabra del atraco a la joyería Goldstein. Saben que la única declaración que van a transcribir serán cinco folios de silencios.



_ ¿Te has cargado a alguien?
_ Ni mujeres, ni niños, esas son las reglas.

Mathilda (Natalie Portman) & Léon (Jean Reno) · El profesional (León)