martes, febrero 03, 2009

Par coeur


Al suele presentarse en casa sin avisar, se sienta a mi lado y me susurra al oído que enterremos el cadáver aún tibio de un suceso reciente, para luego exhumar los restos de recuerdos lejanos. No hay espacio suficiente, me dice. Al no lo nota, pero a veces reparo en que algunos de esos recuerdos están raídos de tanto usarlos. Otros son frágiles y borrosos, y nos divierte reinventarlos con cada visita; desde hace algún tiempo sé incluso que los recuerdos más débiles son sólo deseos y no experiencias vividas. Nunca se lo he dicho a Al.

Ayer volvimos a Chicago. Korova, 28 de agosto del 59, 30 aniversario de Peter Cost. Aquella noche el jazz sonaba a cancán y Dave Mannilow, el dueño del club, sofocaba el fuego de los cigarrillos por miedo a que el aliento de los clientes provocara un incendio. A última hora el barman sólo servía whiskey sin alcohol y las mujeres amaban en pasado de subjuntivo. A la mañana siguiente yo había cumplido cuatro años más y tuve que bañar los cereales en náuseas.
Cost sabía como celebrar una fiesta. Más allá de su voluptuosa generosidad de comunista, era un manual de ética que supo cabalgar la vida a horcajadas, seguro de que la vida concedía oportunidades y saldos de última hora. El tiempo es carcoma, Jake, y nunca he visto un vendedor de bolsas de tiempo perdido. Guardaba en su bolsillo, siempre a mano, lo que no se debe hacer, y aquello le convirtió en el blanco preferido de los traficantes de la virtud; esa clase de tipos que necesitaban una pena para caminar y que para causar una primera impresión necesitaban tres divorcios; hombres que salían de los clubs con tres copas de menos y cuyo diálogo no era más que un rumor. Cada vez que hablaban de Cost lo hacían como si estuvieran masticando un avispero.

Aquella noche me la sé de memoria. Como la tabla del siete y las capitales de estado. Como el olor de Rose al despertar y el sabor amargo de su adiós. Cicatrices en el cerebro y estigmas en las tripas. Fue Remy Prounier, antiguo camarero del Trianon Ballroom, quien me contó que los franceses tenían la forma perfecta para hablar de este tipo de recuerdos. Allí decimos ‘par coeur’, porque los recuerdos, muchacho, suelen arrancar desde las pasiones. Las opiniones de Prounier eran volátiles como las promesas de un niño, y nunca me fié de las impresiones de aquel remigaldo francés. En general nunca me fié de los tipos a los que llamar por su nombre me provocara una fractura de glotis, pero aquella vez quizá tuviera razón, ¿no crees Al?


– La memoria puede cambiar la forma de una habitación y cambiar el color de un coche. Los recuerdos desvirtúan, son una interpretación, no un registro, y no importan si tienes los hechos.
Leonard (Guy Pearce) · Memento