martes, mayo 19, 2009

Chicas con decoro

“Hay dos cosas que toda chica con decoro debe saber: distinguir a los buenos tipos y, sobre todo, enamorarse de los que no lo son”. Thelma Tood repetía aquella frase cada vez que combinaba sus vodkas con la ausencia de su segundo marido Pat DiCicco. Fuera de las pantallas ya no era aquella mujer que cada día estrenaba palabras en su boca y estaba alejada de la cándida imagen de sus películas. Desde joven aprendió a buscarse la vida y ya no quedaba nada de la ingenua niña que ganó el concurso de Miss Massachusetts. “¿Sabes Pike?, salir de casa te hace madurar rápido. Llegué a Hollywood con diecinueve años y a las pocas semanas ya tenía veintitantos. Con el tiempo que he pasado allí, creo que podría rellenar un par de biografías con suficientes mentiras”.

Me hizo aquella confesión una noche en el Korova, cuando lo único que flotaba en su vodka era el desaliento por la enésima desaparición de su marido. Con treinta años Thelma había cometido ya dos matrimonios. Del primero conservaba un collar de recuerdos y del segundo tan solo quedaban las brasas con las que poder encender el tercero. Pero una mujer como ella lo encajaba con naturalidad: “cariño, yo siempre me enamoré de oído”.
Thelma no era una chica normal: aspecto provocador, gustos caros y lenguaje desatado, hacían que fuera el tipo de mujer detestable para esposas, suegras y contables. Se podía permitir casi lo que quisiera, excepto no tener caprichos. Su carrera en el mundo del cine había sido rápida, pero había ganado el dinero suficiente con el que contratar a cualquier tipo para que llevara la cuenta de sus desengaños.

Pero no era feliz. No podía comprender que el único hombre que no le prestaba atención fuese su propio marido. Pat DiCicco, un buscavidas a sueldo de Lucky Luciano, el mayor capo mafioso de Nueva York, se encargaba de los contactos de éste con el mundo del cine. Y, aunque ahora Thelma lo olvidaba, no mucho tiempo antes había sido el encargado de conseguirle el papel protagonista en películas y en las noches de gran presupuesto. Había quien incluso rumoreaba que fue Luciano quien la emparejó con Pat para poder estar más cerca de ella. Thelma nunca negó quien había promocionado su carrera. La noche que le pregunté al respecto me esquivó dos o tres verdades y finalmente, tras insistir, me dijo: “durante mucho tiempo mi única preocupación fue ganar el suficiente dinero que me permitiera arruinarme. No me preocuparé ahora por no haberlo sabido perder”.


Harta de los desplantes de su marido decidió alejarse de aquel ambiente. Montó una cafetería asociada con uno de esos tipos de sórdida reputación que a ella tanto le gustaban. Me contaron que se negó a seguir los consejos de Luciano para que convirtiera el local en un casino clandestino. Craso error con un tipo acostumbrado a cobrar dividendos de sus sugerencias. Thelma se distanció de la que había sido su gente y no era difícil encontrarla allí, resbalándole el vodka y hablando más de la cuenta de su próximo ex marido o chismorreos sobre Lucky Luciano. Hubo quien le advirtió que llevara cuidado con esos comentarios. Que no olvidara quien la había ayudado.

Pero hay mujeres que nunca llegan a conocer a ciertos tipos. Maldita sea. Hay mujeres, como Thelma, que ni siquiera cuando se le están llenando los pulmones de monóxido de carbono en un garaje cerrado, son conscientes de que algunos tipos siempre cobran los favores al contado. Aunque sean chicas con decoro.


– Las chicas inventadas son las mejores, pero yo ahora necesito una de las peores.
Ben Rumson (Lee Marvin) · La leyenda de la ciudad sin nombre