martes, septiembre 22, 2009

Cuando sólo queda el orgullo

Me fijé en él desde la primera vez que entró al Korova. Huck solo era entonces un tipo joven, desaliñado, arrastrando todavía los escombros de cierto atractivo y el aspecto de haber tropezado de bruces con la noche. Todos le conocíamos. Hacía años su fama de conquistador había circulado por los clubs. Era callado y discreto, cualidades siempre valoradas en los bares y en los cementerios, por lo que pronto encontró asilo en un rincón de la barra. Solía engañar allí las horas, discretamente. Cuando ya se convirtió en un habitual, su presencia allí pasó inadvertida durante muchos días, hasta que alguien se fijó en que el aspecto de Huck se resentía y su salud daba la impresión de deshacerse dentro de un vaso de amargura.

Una noche se sentó a mi lado y tras estrellarle un par de frases se abrió a mi: Pike, mi mujer me dejó. No, no es lo que piensas, yo no la quería, pero te contaré algo. Antes me enamoré de otra muchacha. Era preciosa. Estuvimos juntos algunos meses que duraron horas y cuando aquello terminó solo me quedaron varias ausencias y una costura de cinco centímetros en el corazón. Me destrozó, pero lo superé. Aprendí a no dejar que nadie me hiciera daño, amigo mío, a blindarme. Luego conocí a Amber. No era ni guapa, ni atractiva, pero me casé con ella. Buscaba una pareja, una compañera. Quería seguridad. A cambio me presté a vivir con una mujer complicada y a aceptar sus manías, como el orden o la limpieza, que conseguían volverme loco. Acepté incluso que nuestra casa estuviera siempre tan limpia que para sacar la basura tenía que pedírsela prestada al vecino. Pike, tu eres hombre de mundo, sabes a lo que me refiero, era la clase de mujer que se pone las gafas para hacerte el amor. Y cinco años después de casarnos me dejó. Creeme Pike, que te deje una mujer así, de la que solo esperas lealtad, es muy duro.

Aquella noche los chicos y yo conocimos la historia de Huck y fuimos testigos de cómo su vida se iba apagando con cada copa. Huck nunca superó aquello. No entendía que su vida pudiera ser tan vacía como para que le dejara una mujer de la que ni siquiera se había llegado a enamorar. Y las cosas no mejoraron. Tenía un problema con el alcohol, todos lo sabíamos, y con los años se acrecentó. Llegó un punto en que su deterioro era tan evidente que nos ofrecimos a acompañarlo al médico. Cuando le preguntamos a éste que debíamos hacer fue muy claro. “A estas alturas, dado el estado de su hígado, confórmense con que no prenda al acercarse al fuego”.

Huck continúa sentado en su rincón de la barra buscando su final. Ya no queda nada de su atractivo. Su aspecto es cada día peor y da la sensación de que cuando muera, si intentara donar sus órganos, solamente se los aceptarían en una licorería. Y cuando le miro recuerdo la frase del viejo profesor Gus Revert cuando me acompañaba algunas noches en el Korova. Pike, amigo, en un buen bar cada cliente es un perdedor y cada copa el orgullo de demostrarlo. Y Huck está decidido a hacerlo.


-El orgullo es algo que se tiene cuando hay algo para perder. Cuando no tenés para perder nada, ¿qué orgullo vas a tener?
Javier (Diego Peretti) · No sos vos, soy yo