jueves, noviembre 19, 2009

El menú de las doce cuerdas


Durante el tiempo que Dave Manilow ha regentado el Korova nunca vi cambio en la decoración que no fuera el ocasional contorno de un tipo pintado en el suelo con tiza. Y sabía que ese par de guantes de boxeo colgados hoy en la pared significaban algo especial. Dave tenía abierto el periódico encima de la barra y me señaló la página que estaba leyendo: “Ha muerto Barney Ross: la última pelea del campeón”.

Recordaba perfectamente a Barney. Aunque el tipo había nacido en Nueva York había crecido en Chicago y la suya era una historia habitual de la época: sin padre, madre internada en psiquiátrico y hermanos desperdigados por los orfanatos de medio estado. Se había criado en una de esas familias que comen hambre tres veces al día y buscó hacer carrera en alguna de las bandas de la época como cobrador de apuestas. Y habría tenido futuro en el negocio de no ser por el propietario de un gimnasio que lo convenció para entrenarse. Barney afrontó el boxeo sin pasión, como una obligación con la que conseguir dinero. Y se empleó a fondo. Hizo más de trescientas peleas. En sus primeros meses se convirtió en un boxeador temible. En nueve años Barney había logrado tres títulos mundiales.

El final de su carrera llegó en un combate épico con Henry Armstrong un tipo de Mississippi, que acabaría siendo considerado uno de los mejores de la historia. Durante quince asaltos Barney, un boxeador bravo y tenaz, capaz de golpearte con sus agallas, intentó capear el torrente de golpes que le arrojó Armstrong. Con el devenir de los asaltos Barney supo que era imposible vencer a aquel tipo, pero había decidido que sería su último combate y estaba decidido a acabarlo de pie. Y aguantó. Dios santo, recuerdo aquella pelea. Armstrong le atizó tanto que acabó con moratones en los guantes. Poco tiempo después, en la barra del Korova, Barney repasaba aquella noche. Sabes Pike, creo que Armstrong ha sido el mejor boxeador que vi. Tenía un estilo limpio, directo, dios santo, era un boxeador tan elegante que algunas veces tenía la sensación que me golpeaba de usted. Barney evocaba todavía con una mezcla de admiración y afecto al boxeador que lo retiró. En el asalto trece me preguntó como estaba y cuando le dije que estaba casi muerto me dijo “puedes seguir tirándome la izquierda, ¡pero como saques la derecha te mato!", repetía orgulloso de haberle hecho frente a aquel campeón.

Después de aquel combate Barney dejó el boxeo. Abrió un restaurante y otros negocios en los que solo ganó lo suficiente para contratar un abogado que lo declarara en quiebra. Tras fracasar su matrimonio se alistó en el ejército como voluntario para la segunda guerra mundial. Regresó de allí con un condecoración, una estrella de plata que utilizaba para calzar la mesa de su casa y una adicción a la morfina debido al tratamiento que recibió por una herida. Durante meses vagó por Los Ángeles, buscando ayuda y droga, como antes había hecho en el ring por un futuro. Consiguió desengancharse y rehacer su vida hasta que un cáncer lo había dejado definitivamente fuera de combate.

“Ha muerto Barney Ross, la última pelea del campeón”. Dave, un tipo parco en palabras que entiende por obra cumbre de la literatura la etiqueta de una botella de whisky estaba afectado. Cuando le pregunté que pensaba fue muy claro al respecto: seguro que esa última pelea estaba amañada.



- ¿Por qué está peleando, Sr Braddock?
- Por la leche.

Jim Braddock (Russell Crowe) · Cinderella Man