O me estoy haciendo mayor o muy lento, porque necesité
temporada y media para detestar a Seitaridis y, mientras, a otros les basta con
un par de partidos para condenar a un jugador. Son tan rápidos que le hacen la
autopsia a un futbolista antes de que su cuerpo se haya enfriado. Con un par de
resultados pasan del amor exacerbado al odio irracional, sin término medio ni
periodo de adaptación. Cambian de opinión con facilidad y no por un punto
cercano, sino por el más alejado de su posición. Puede que sólo sea una
consecuencia de un país donde su presidente una mañana cualquiera afirma que le
provoca insomnio gobernar con el mismo partido con el que ha estado gobernando
el último año y medio. O puede que yo me esté haciendo mayor y lento a la vez.
El
Atleti se puso líder y la hinchada destilaba ilusión con los fichajes, el Cholo
o incluso el peinado de Marcos Llorente. Todo valía. Hasta los dos fichajes de
2017, Costa y Vitolo, parecían despertar con efecto retardado. Luego llegó el
parón de selecciones e hicimos lo de siempre, aburrirnos, pensar en nuevas
elecciones o en ponernos a dieta, hasta que regresó la liga y comenzamos a
preocuparnos otra vez por las cosas importantes. Contra la Real Sociedad llegó
la primera derrota de la temporada. Es cierto que fue una derrota sin
coartadas, sí, en un partido en que salió todo mal y bastante suerte tuvimos
con que el avión aterrizara de vuelta en Madrid sin contratiempos. Pero es
igual de cierto que el Atleti seguía por delante de Madrid y Barça, o de que se
trataba de la primera derrota, pretemporada incluida, para segar tan pronto las
ilusiones. Ahora hay prisa por criticar rápido y si se puede ser hiriente
mejor. Y no podemos esconder que hay obviedades, como que a Joao Félix le están
sobrando los últimos veinte minutos de cada partido, igual que a mí los tres
últimos gintonics de los sábados por la noche. Pero igual de obvio como que
tiene diecinueve años y es un jugador en formación o que el equipo ha tenido
este año una importante transformación y necesita un periodo de acoplamiento.
Pero no hay tiempo para dar tiempo.
Llegó
septiembre, la vuelta a las clases, el periodo de adaptación de los niños y Correa
sin encontrar plaza en un cole nuevo. El argentino cotiza a la baja en el
Metropolitano y no le ha costado a la turba cebarse con él. Ni en desdeñar a un
jugador que nunca ha regateado el compromiso ni el esfuerzo. Le llegaron rápido
las críticas, los insultos y las rencillas pasadas, olvidando que en la vida
hay que apoyar a los tuyos aunque creas que se han equivocado. Y olvidando que,
sobre todo, hay que apoyarlos cuando tienes la certeza de que se han
equivocado.
Quizá el
problema sea que se pierde poco y hay una corriente de atléticos que ya sólo
están cómodos con la victoria. Me interesa poco esta gente, la verdad. Son los
que sólo sienten orgullo por sus colores cuando les acompañan los triunfos. Los
que pregonan su pasión cuando hay algo que celebrar. Pero seguramente son
también los que olvidan que por muy seductora que sea la sonrisa de un
triunfador, nada puede superar la sensación de ofrecerle fuego y compartir un
cigarrillo, al tipo derrotado y con magulladuras que apura un whisky a solas al
fondo de la barra.
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