Con Sinatra de fondo en el Korova
Que Arthur era un tipo especial era tan obvio como que el agua moja y las putas cobran. Es difícil no ser especial cuando se nace en un barrio como el suyo, donde si te colgaban los mocos más de la cuenta los robaban para comérselos. Pero eso no molestó a nadie en el Korova.
Esquivó al destino creciendo todo lo fuerte y sano que es posible en una familia en lo que había tanto hambre que sus digestiones más largas duraban apenas unos minutos. Algunas noches, su padre, cuando llegaba borracho a casa, lo mandaba a la calle para que volviera con comida o una pulmonía, a elegir, mientras apuraba el fondo de una botella. Si bien estas penurias no acabaron con él, si dejaron herido algo en su interior que nunca se recuperó. Gus Revert, el viejo profesor, me lo explicó una noche en el Korova hablándome de Darwin: los hombres son como animales, lo que no acaba con ellos los hace más fuertes….y más animales.
Consiguió su primera pistola a los trece años, en un claro caso de matón vocacional, y en lugar de agua la llenó de balas. La tarde que volvió a casa y encontró a su madre llorando, manchadas las sábanas de sangre y mierda, se acercó a su padre y le descerrajó el cargador entero. Se acercó a él, mucho, lo bastante para asegurarse de que le salpicara en la cara. Cuando llegaron los policías le preguntaron porqué no había huido. Por qué no me oyó entrar, le disparé por la espalda, ¿no se nota?, les respondió molesto por tener que explicar lo evidente.
Cuando salió de la cárcel era una leyenda. Había peleado con guardas, funcionarios y psicólogos. Hasta los barrotes de la prisión le respetaban. Con los presos no tuvo problemas. La primera semana se le acercaron dos tipos con intención de hacerle un tacto rectal y Arthur se tomó la molestia de explicarles que de su culo se salía, no se entraba. Para hacérselo entender le reventó los testículos a uno y le metió la pata de una cama por el culo al otro. Tan adentro, que los médicos tardaron semanas en decidir por donde debían sacársela. Esas cosas ayudan bastante a que te respeten.
Los capos de la ciudad no tardaron en contratarle. Se unió a la banda de Paolo Torrisi, otro habitual del Korova, y comenzó una prometedora carrera como matón a sueldo. Era tan admirado que las noches que pasaba por el bar, Dave le tenía preparada una mesa de espaldas a la pared, su mejor whisky y dos chicas hábiles y complacientes muy del gusto de Arthur y, por qué coño engañarnos, de cualquier ser con algo vivo entre las piernas. Lo de las chicas era innecesario, porque como decía Peter Cost “a las mujeres solo les atraen dos cosas: los problemas y el dinero. Y no necesariamente en ese orden”. La reputación precedía a Arthur y ya ganaba más dinero del que le daba tiempo a gastar.
Era discreto y pulcro en su trabajo como un joyero judío. Y la gente válida siempre tuvo sitio al lado de Torrisi. Pronto hizo carrera y pasó de sacudirle a tipos de poca monta, a cobrar a los corredores de apuestas que se hacían los remolones. Cuando le vieron madera de tipo duro le destinaron a golpes más selectos. Eran los buenos tiempos en los que resarcirse del pasado, en los que con cada cena pedía tres postres.
Así le llegó su gran día. Le encargaron borrar a un tipo que debía pasta a Torrisi. La bomba que Arthur puso bajo su coche lo levantó tan arriba que indignó a algunos pájaros. Del tipo no quedó nada. Tuvieron que recoger su trozo más grande con pinzas. Estaba tan hecho trizas que el forense solo pudo certificar el fallecimiento del diez por ciento de su cuerpo.
Pero bastó para que la pasma reconociera a uno de los suyos. No les hizo gracia que el coche de su compañero quedara a puertas de bautizarlo como nuevo cuerpo celeste. Apretaron un poco las tuercas a algunos tipos y no tardaron en saber que ese coche había despegado sin autorización porque su dueño debía dinero.
Muchacho, el miedo se huele antes que la mierda le dijo Torrisi, lárgate de la ciudad antes de que alguien se vaya de la lengua.
Torrisi le envió unos meses al casino de unos amigos en Las Vegas a descansar, mientras le daba escolta a un italiano que retomaba su carrera de cantante por allí, un tal Franki Sinatra. Pero Arthur regresó en cuanto pudo. Pike, me dijo, he vivido siempre en las calles de esta ciudad. Lo mucho o nada que soy ahora mismo se lo debo. Dejarme matar en otro sitio es algo que no me podría perdonar. Esta ciudad es lo único en mi vida que me ha cuidado.
Me lo dijo una noche en el Korova mientras agarraba a una de las camareras de Dave, oyendo de fondo una canción de aquel italiano.
Consiguió su primera pistola a los trece años, en un claro caso de matón vocacional, y en lugar de agua la llenó de balas. La tarde que volvió a casa y encontró a su madre llorando, manchadas las sábanas de sangre y mierda, se acercó a su padre y le descerrajó el cargador entero. Se acercó a él, mucho, lo bastante para asegurarse de que le salpicara en la cara. Cuando llegaron los policías le preguntaron porqué no había huido. Por qué no me oyó entrar, le disparé por la espalda, ¿no se nota?, les respondió molesto por tener que explicar lo evidente.
Cuando salió de la cárcel era una leyenda. Había peleado con guardas, funcionarios y psicólogos. Hasta los barrotes de la prisión le respetaban. Con los presos no tuvo problemas. La primera semana se le acercaron dos tipos con intención de hacerle un tacto rectal y Arthur se tomó la molestia de explicarles que de su culo se salía, no se entraba. Para hacérselo entender le reventó los testículos a uno y le metió la pata de una cama por el culo al otro. Tan adentro, que los médicos tardaron semanas en decidir por donde debían sacársela. Esas cosas ayudan bastante a que te respeten.
Los capos de la ciudad no tardaron en contratarle. Se unió a la banda de Paolo Torrisi, otro habitual del Korova, y comenzó una prometedora carrera como matón a sueldo. Era tan admirado que las noches que pasaba por el bar, Dave le tenía preparada una mesa de espaldas a la pared, su mejor whisky y dos chicas hábiles y complacientes muy del gusto de Arthur y, por qué coño engañarnos, de cualquier ser con algo vivo entre las piernas. Lo de las chicas era innecesario, porque como decía Peter Cost “a las mujeres solo les atraen dos cosas: los problemas y el dinero. Y no necesariamente en ese orden”. La reputación precedía a Arthur y ya ganaba más dinero del que le daba tiempo a gastar.
Era discreto y pulcro en su trabajo como un joyero judío. Y la gente válida siempre tuvo sitio al lado de Torrisi. Pronto hizo carrera y pasó de sacudirle a tipos de poca monta, a cobrar a los corredores de apuestas que se hacían los remolones. Cuando le vieron madera de tipo duro le destinaron a golpes más selectos. Eran los buenos tiempos en los que resarcirse del pasado, en los que con cada cena pedía tres postres.
Así le llegó su gran día. Le encargaron borrar a un tipo que debía pasta a Torrisi. La bomba que Arthur puso bajo su coche lo levantó tan arriba que indignó a algunos pájaros. Del tipo no quedó nada. Tuvieron que recoger su trozo más grande con pinzas. Estaba tan hecho trizas que el forense solo pudo certificar el fallecimiento del diez por ciento de su cuerpo.
Pero bastó para que la pasma reconociera a uno de los suyos. No les hizo gracia que el coche de su compañero quedara a puertas de bautizarlo como nuevo cuerpo celeste. Apretaron un poco las tuercas a algunos tipos y no tardaron en saber que ese coche había despegado sin autorización porque su dueño debía dinero.
Muchacho, el miedo se huele antes que la mierda le dijo Torrisi, lárgate de la ciudad antes de que alguien se vaya de la lengua.
Torrisi le envió unos meses al casino de unos amigos en Las Vegas a descansar, mientras le daba escolta a un italiano que retomaba su carrera de cantante por allí, un tal Franki Sinatra. Pero Arthur regresó en cuanto pudo. Pike, me dijo, he vivido siempre en las calles de esta ciudad. Lo mucho o nada que soy ahora mismo se lo debo. Dejarme matar en otro sitio es algo que no me podría perdonar. Esta ciudad es lo único en mi vida que me ha cuidado.
Me lo dijo una noche en el Korova mientras agarraba a una de las camareras de Dave, oyendo de fondo una canción de aquel italiano.
Es hora de demostrar a tu gente lo que vales, algunas veces eso implica morir, otras matar a mucha gente.
Dwight McCarthy (Clive Owen) · Sin City
1 Comentarios:
Mis felicitaciones. Me atrapó! Quiero saber que pasó! lo mataron cuando volvió a su ciudad???
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