Domingo por la mañana
Me gusta el Korova los domingos por la mañana. El local todavía huele a tabaco, whiskey y lágrimas. En alguna de las mesas del fondo se derrite el hielo de una copa olvidada, y con la suficiente atención se vislumbran las rezagadas volutas de humo de los últimos cigarrillos de la noche. Gillespie gira en la vieja gramola y la tenue luz del ventanuco de la fachada principal envuelve el interior del club en una especie de bruma fantasmal.
Dave Mannilow siempre tiene unos minutos para acordarse de los familiares de su primera mujer, hacer inventario de toda la buena gente que visitó el local la última noche y vaciar alguna botella para verter unas gotas de filosofía.
_ Ayer estuvo de nuevo por aquí Bruce O’Riordan. Ese tipejo sólo quiere que su apestoso club deje de ser un cementerio y se parezca en algo al Korova. Muchacho, en esta jodida ciudad le copian a uno hasta la forma de rascarse el culo. – Dave siempre acompañaba estas máximas con un sencillo gesto, frunciendo tanto el ceño que en el surco de su entrecejo podría haber navegado un viejo vapor del Mississippi.
_ Iluso irlandés, el secreto del Korova está en… Jake, me caes bien, y pareces un buen tipo, pero Annie siempre decía que hablo demasiado y creo que es la única cosa en la que le doy la razón.
Los domingos por la mañana, sólo una sombra acompaña a Mannilow. Encorvado sobre la barra y siempre con el mismo pulcro traje gris. Era tan fácil verlo como difícil darse cuenta de que estaba allí. El viejo Gus Revert me lo dijo una vez.
_ Murió hace tres años y desde entonces sigue muriendo un poco cada día.
Nadie sabe qué fue lo que realmente le ocurrió a Leo Cockram. Algunos decían que sus ojos empezaron reflejando rabia, más tarde angustia, pesadumbre, y finalmente, terminaron por callarse para siempre y no decir nada.
_ He visto domingos de otoño más alegres que este tipo – me comentó una vez Peter Cost. Sería capaz de matar a un pez de aburrimiento.
Su rutina era la ausencia de rutina. No bebía, no fumaba y jamás hablaba con nadie. Una mañana de domingo como aquella, Dave intentó acercarse al lejano y desconocido mundo de Leo Cockram.
_ Leo, ¿cuánto tiempo hace que vienes al Korova? ¿Cuatro años? Llevas más de dos sin abrir la boca, ni siquiera para pedir una copa. Nunca te lo he reprochado, ni lo haré, pero al menos podrías explicar qué diablos te ocurre.
Cockram, sin mover un músculo, apenas sin abrir la boca, contestó:
_ Espero.
_ Muchacho, no conozco nada tan importante en este mundo que requiera ser esperado tanto tiempo. ¿Qué es lo que esperas? ¿A quién?
Esta vez, Cockram sí levantó la vista. Dave dijo que sus ojos eran mudos y vacíos, como el cañón de un revólver antes de ser disparado.
_ No lo recuerdo.
— ¿Dónde estabas esta mañana?
— No recuerdo, hace demasiado tiempo.
— ¿Qué harás esta noche?
— Nunca hago planes con tanta antelación.
Rick Blaine (Humphrey Bogart) · Casablanca
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