La leyenda de los Valientes
Leonard trabajaba para Frankie Yale. Pasó por todos los puestos: cobrador de apuestas, guardaespaldas o chofer. Daba igual. Todos los trabajos los hacía de forma impecable, ganándose la fama de tipo pulcro y profesional. Su popularidad se incrementó cuando se casó con Lisa Marone, la preciosa hija del propietario de una cadena de lavanderías. Lisa arrastraba los escombros de un matrimonio anterior y con un tipo como Leonard había reencontrado la ilusión. Unas horas después de conocerse estaban en la cama. Tras una semana vivían juntos. Entre risas y con una copa en la mano ella lo explicaba sin problemas:
Una mujer necesita sentirse viva.
Mi matrimonio fue un desastre. Mi esposo era capaz de hacerme el amor sin
deshacer la cama. Aquello fue tan aburrido que me habría conformado con que mi
marido manchara la tapa del wáter al orinar. Con Leonard todo es diferente
–decía sin perderle de vista y media sonrisa-. Con un tipo así a veces tengo
que tener cuidado de que su fama no me deje embarazada.
También
Leonard estaba rendido a ella. Una chica atractiva, alegre, con el color de su
sonrisa a juego con el del hielo de tus whiskys es lo que tiene. Por eso, a
todos nos sorprendió que una semana después de que dos tipos vaciaron sus
Thompson en su coche, llenando a Lisa de plomo y agujereando el brazo de
Leonard, él fuera capaz de volver al trabajo con más energía que nunca.
Tras
perder a Lisa, los siguientes tres años aceptaba cualquier encargo, sin medir
los riesgos. Los chicos notaron el cambio: nada le espantaba, despreciaba la
prudencia y con el tiempo empezaron a temer su valentía. No lo reconocían en
público pero se había vuelto casi temerario. Evaluaba una situación y siempre
optaba por la opción más directa que solía aparejar mayor riesgo. Empezó a
realizar los encargos sólo, con predilección por los arriesgados. Al volver, la
reacción de los chicos siempre era la misma: sorpresa y admiración, echando más
troncos al fuego de su leyenda. Es increíble, me dijo un miembro de la banda,
como a un tipo como él, por muchos tiros que hayan, nunca se le magulla la
reputación.
Poco a poco su fama hizo que fueran
dejándole de lado y él se volvió esquivo y arisco. Frankie Yale, sabedor de la situación
le asignaba los trabajos más complicados. Si había que cobrar alguna deuda en
un local en el que era previsible encontrar hostilidad, mandaba a Leonard; si
podían haber tiros, mandaba a Leonard. Y cuando hubo que tratar un asunto con un
poli, con el riesgo que lleva siempre enfrentarse a un tipo con pistola y
placa, Leonard fue el hombre.
A Peter McKenzie, un joven poli
irlandés, le gustaba apostar en las carreras y arrastraba una deuda con Frankie
Yale. Éste encargó a Leonard que gestionara el asunto. Y él optó por la vía
directa. Abrió la puerta del Kavanagh´s, pasó entre cerca de una veintena de
policías, agarró la cabeza de Peter y la estampó dos veces contra la barra.
Luego le acercó su cara la suficiente para mancharse de sangre y decirle:
- Tienes una semana.
Sea por el asombro de su
atrevimiento, por el alcohol que los polis acumulaban o ambas cosas, lo cierto
es que Leonard salió tranquilamente del local, sin más muesca que las astillas
de la nariz de Peter, cuando lo lógico es que alguna de las más de veinte
pistolas que habían allí le hubiera descerrajado un tiro.
Cansado, huraño, volvió luego al
Korova, a su rincón de la barra, a esperar el siguiente encargo, enjuagando con
whisky sus historias y el recuerdo de Lisa. Una noche que estaba a mi lado,
tras pedirme unas cerillas, no pude evitar preguntarle.
- ¿Leonard como lo haces? ¿De donde sacas
tantas agallas? -le dije, sin pensar que me descubriría el origen de su valor.
Sacudió
el brazo apagando la cerilla mientras el humo del cigarrillo salía de sus
labios y trabajosamente me miró.
- ¿Agallas? –preguntó con fatigada
sonrisa-. ¿Sabes Pike?, me hace gracia tu pregunta. Porque lo cierto es que
hace ya tres años que trato de reunir el valor suficiente para quitarme yo sólo
la vida.
- La gracia de ser valiente es no
serlo demasiado.
Capt. Thomas Archer (Richard Widmark) · El gran combate
Capt. Thomas Archer (Richard Widmark) · El gran combate
4 Comentarios:
Tras varias intermitencias y un parón de alrededor de un año, en las lides blogueras, he visto muchas deserciones o simplemente excedencias narrativas.
En fin, que me alegra comprobar que el Korova sigue abierto (incluso el último día del año) sus asiduos y el recuerdo de aquellos que lo poblaron.
Gran historia, como siempre, con mejor final.
Abrazotes desde el Otro Lado.
Borja tu fidelidad me produce lo mismo que la noche en que Lara Forrester me contagió una venérea: Un Tremendo Orgullo.
Ni entendi el texto
A veces me faltan las mismas agallas...
Pike al leerte discrepo de Borja en el sentimiento, a mí lo que me produce comprobar que el Korova sigue abierto y tú lo sigues rondando, es excitación pura y dura!!!
Besos
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