Dos para uno

Es la una menos cuarto de una madrugada cualquiera en el Korova; no importa cuál, hace mucho que sigue siendo la misma noche en el club.
… Si alguien hubiera tenido que definir a Ernest Beatty con una sola palabra, esa hubiera sido feo. Su nariz escalena hubiera podido encajar en otro rostro, pero no en aquella pequeña y perfecta esfera que era su cabeza. Tenía las cejas oscuras, gruesas y tan densas, que parecían manchas de hollín. Los ojos estaban tan hundidos que nadie jamás acertó a adivinar su color. Sus labios sólo podían cortar. Su dentadura era una broma de mal gusto.
Beatty era uno de esos tipos que no tenía miedo a decir que tenía miedo a la soledad. Cuando murió su primera esposa guardó luto hasta el panegírico. Desde entonces, se embarcó en una cruzada para buscar una cómplice con la que huir de aquella cárcel.
Las piruetas en el circo, le dijo una vez su padre. Así que sin alardes, en línea recta y sabiendo de antemano que el tiempo de quimeras y retos había muerto, el bueno de Ernest seguía fiel a esa misión.
Una filosofía como otra cualquiera. Como quien se vende a la mafia o mata el whiskey con soda. El único problema es que Ernest recibía periódicamente a una inoportuna huésped, la ilusión. Entonces solía confundir un tic nervioso con un guiño; el número de teléfono en una servilleta con las cartas de Eloísa; veinte dólares y cinco minutos de sudor con el polvo de su vida; una cita a ciegas con el último tren a felicidad.
Es esa ilusión la que le ata sus pies esa noche. Tan fuerte que esos noventa minutos le van a dejar una marca en el tobillo.
… El uno al que apunta la aguja pequeña del reloj de pared nunca estuvo tan solo. Ernest imagina que la manecilla grande, la que apunta al desdichado seis, es una soga que luciría mejor alrededor de su cuello. Nudo italiano. Muy rígido.
No es la primera vez que ocurre. Dave Mannilow saca entonces brillo a su legión de honor de la caridad de barra.
_ Ernie, ese viejo reloj siempre se adelanta.
Beatty, pese a todo, sabe que ya nunca es primavera en su vida y que quizá esta noche, con un poco de suerte, la esperanza se vista de negro para llenar de plomo a la ilusión y a esa maldita rubia a la que esperará toda la noche.
_ No te aguanta nadie. Todo el mundo te odia. Ellos se lo pierden. Sonríe, cabrón.
Joe Hallenbeck (Bruce Willis) · El último Boy Scout