Turno de oficio

Un año después Frank Nitti estaba en la calle y Capone con una condena de once años. Pero aunque Frank me puso bajo su protección, nunca quise dejar de lado a esos tipos que viven en la cornisa de la ley y que durante mucho tiempo fueron mi labor. Diablos, me gustaban esos turbios casos que siempre me sorprendían, como el de aquella mujer Talia Potter. Tuve que ir a la cárcel a visitarla por indicación de Nitti, que la había conocido tiempo atrás en un burdel de la calle Dearborn Sur. Le había disparado un tiro a un tipo, solo uno. Mientras dormía, poniendo el cañón de la pistola en la frente y después de haberle dormido con barbitúricos. En el registro de su casa la policía había encontrado un billete de avión a Canadá. La muchacha apenas tenía veinte años y el aspecto de una niña. Me dijo que quería alegar legítima defensa. Lo ves difícil, cariño, me preguntó. Al ver su aspecto tan delicado y frágil intenté explicarle la situación endulzándola en lo posible pero la chica estaba vacunada contra engaños. Me dijo encanto, hace más de cinco años que cada mañana al despertar noto resbalar por el interior de mis muslos la humedad viscosa de los piropos de la noche anterior. No te andes con remilgos. Tus palabras no pueden contagiarme nada que no haya cogido ya.
Y, entre todos, siempre recordaré el caso de Jim Colosimo. Desde el principio me sentí cercano a aquel tipo acusado de mantener una red de extorsionadores en todo Chicago. La mañana que vino a mi despacho a exponerme su caso me ganó para su causa, era cautivador. Me contó la historia de su vida. Muchacho, mi infancia fue muy complicada. A duras penas mi padre conseguía ganar lo suficiente para repartir el hambre entre todos. Dios santo, éramos tan pobres que en la ocasión que unos ladrones se colaron en casa, se marcharon diez minutos más tarde dejándonos un billete de cincuenta dólares encima de la mesa.
Mientras aquel tipo me contaba su historia yo le observaba: elegante, educado, agradable. Dudaba que un tipo así tuviera enemigos. Maldita sea, incluso me parecía molesto que nadie quisiera encarcelarle. Me equivoqué. Unas semanas más tarde lo encontraron muerto en su casa. Pero Jim Colosimo fue un tipo con estilo hasta en su muerte. Cuando me interesé por el suceso un amigo policía me explicó, un cadáver con un aspecto estupendo, como recién estrenado. Parecía como si aquel tipo se hubiera puesto su mejor traje para dormir. ¿Sabes?, su aspecto era tan imponente que parecía que los nueve tiros se los había pegado su sastre.
– Si no sirven la honradez ni el trabajo ni la justicia, pondremos un abogado.
Román Maldonado (Ricardo Darín) · Luna de Avellaneda