St. Valentine’s Day Massacre

…Albert
Las casi 9 millas desde Clark Street hasta Damen Avenue me bastarían para esterilizar cualquier pecado, pero aún así no puedo evitar buscar en el espejo algún reflejo de resentimiento. Sospecho que la culpa es invisible y sólo se manifiesta presionando el pecho como el recuerdo de un abrazo sincero, aunque lo más probable es que lo único que aprieta sea el maldito uniforme de policía que consiguió Scalesi.
He de parar. Pienso que es sólo un trabajo. Sucio y desagradecido. Pero sé que soy el idóneo para llevarlo a cabo. Porque pese al consciente sadismo de la prensa sensacionalista, la muerte, aún viajando en Cadillac, tiene el lirismo de un paño de cocina y hace tiempo que no trata de usted. A quemarropa la sangre vuela sin paracaídas y el armónico milagro de la vida se desparrama caóticamente en las paredes. Acabo de comprobarlo.
Hace frío en el club. Tanto que Lew sólo arranca toses en re sostenido al viejo piano. Respiro profundamente el gélido aire del Korova y al fin lo veo. Es un pequeño dibujo informe en el cuello de la camisa. Ahora lo sé. Los remordimientos son de color rojo y desaparecerán con 2 dólares en tintorería.
…James
El día a día no tiene señales de peligro. Sólo son recuerdos postizos, bisutería barata con la que tu cerebro adorna la memoria al cabo de un tiempo. Epítetos de medio de pelo que hacen de reglas nemotécnicas para el anecdotario.
Esta mañana el estómago madrugó media hora más que el resto del cuerpo y la vieja quemadura seguía condenando a mi mejilla izquierda a una eterna adolescencia imberbe. Mi aliento había vuelto de su paseo nocturno por el infierno. Como cualquier otro día. Sin advertencias. Por eso, cuando veáis mi foto en la prensa de mañana me reconoceréis fácilmente. Soy el de la cara de idiota y el plomo en el estómago.
Harriette me dijo una noche en el Korova que si me tropezaba con el miedo no sabría reconocerlo. Estaba equivocada. Ahora lo sé. El miedo es darse cuenta de que has perdido el tiempo y que no podrás volver a perderlo; apunta a la espalda y escupe 600 poemas del calibre 45 por minuto a través de la garganta de una Thompson. En pocos segundos, el miedo huele al sudor de toda una vida y dibuja mi sombra y la de otros seis infelices arrodillados frente a la pared de un mugriento garaje de esta puta ciudad sin ley.
The Chicago Daily News • 14 Feb 1929
Seis empleados de un almacén del norte de la ciudad, han sido hoy asesinados con arma de fuego y un hombre ha resultado herido cuando un grupo de cuatro personas (dos de ellas con el uniforme de la policía de Chicago) ha asaltado el garaje donde la compañía, propiedad del gánster Bugs Moran, tiene sus oficinas centrales. La policía confirmó que las víctimas han sido tiroteadas, presumiblemente alineadas frente a la pared, como en la ejecución de un pelotón oficial de fusilamiento […]
Time • 2 Sep 1951
[…] Las primeras sospechas recayeron en Al Capone, líder del crimen organizado en la ciudad. La banda de Moran operaba en el North Side y se había convertido en el mayor obstáculo para el control del contrabando de licor en el área metropolitana de Chicago, secuestrando envíos de whiskey desde Canadá y borrando del mapa a importantes aliados de Capone como Patsy Lolordo. No obstante, la investigación oficial no encontró pruebas que relacionaran aquel baño de sangre con Capone, que se encontraba en Miami el 14 de febrero y nadie fue juzgado por los asesinatos.
Un reportero del Tribune preguntó a Moran acerca de los rumores que afirmaban que quizá fue realmente la policía quien cometió los asesinatos. Moran, sonrió al responder: usted debe ser nuevo en la ciudad, señor. Sólo Capone mata así.
_ ¿Qué hay agentes? ¿Podemos hacer algo por ustedes?
_ Sí, puedes cerrar la boca.
Adam Heyer (Milton Frome) · La matanza del día de San Valentín