Cristiano y su legado
Es morena. De belleza sin fisuras, ojos a juego con sonrisa azul y un cuerpo dispuesto a dejar cualquier corazón en bancarrota. Además, es mi vecina. A pesar de ser tan atractiva utiliza kilos de maquillaje, perfumes -de cien euros el frasco- y ropa exageradamente ajustada y escasa. Si el azar nos hace coincidir en el ascensor, es tan llamativa que no puedo dejar de no mirarla. En el trayecto del ascensor me comporto como un juez de fondo en los partidos de fútbol, aparentando estar atento mientras me esfuerzo en no ver nada comprometido. Tan incómodo que me concentro en aprender el teléfono de emergencia, su fecha de revisión o, si hace falta, leo los números en braille de los botones de las plantas. Es una mujer tan excesiva que atraganta y cuando le dices ‘hola’ no puedes levantar la vista más allá de la punta de los zapatos.
La vida es eso que pasa mientras el Real Madrid gana Copas de Europa. En blanco y negro, en color o HD, el Madrid sigue acumulándolas y ha logrado en veinte años las mismas que el siguiente en el palmarés de toda la historia de competición. Nada menos que cuatro de las últimas cinco. Arrasa en las finales con una rutina burocrática que sólo nos deja sitio para hablar de la periferia del partido: las pifias de Karius, las agresiones de Ramos, o el color de los confetis en la celebración, cualquier cosa que nos supla la falta de emoción. Por suerte en esta faceta Cristiano Ronaldo es un valor seguro que nada más terminar la final decidió acaparar el protagonismo que no tuvo en el encuentro. Por un lado hizo lo que tantos hemos intentado en la fiesta de Navidad, aprovechando la euforia del momento, dejando caer al jefe su deseo de una subida de sueldo. Por otro, es difícil ver una imagen suya de la celebración que no contenga un gesto recordándonos sus cinco Champions. Y por si a alguien se le escapó, él se encargó de recordarlo en las entrevistas sugiriendo que la competición debería cambiar su nombre a CR Champions League.
Hay que guardar siempre las formas. En los ascensores, las celebraciones o transportando un cadáver en el maletero del coche, es importante mantener la compostura. Lo sabemos bien los que acostumbramos a quedar varias copas por encima de lo protocolario en las fiestas. A Ronaldo le es indiferente porque su obsesión es ganar, hinchar su currículum y, ya de paso, su cuenta corriente. A las personas normales no nos preocupa dejar un legado. Nos contentamos si por nuestros actos el camarero recuerda cómo tomamos el café, pero los que ya tienen ganada su página en la historia sí se preocupan por el recuerdo que dejarán. Es algo habitual de los presidentes de EEUU en sus últimos años de mandato y norma en Ronaldo, que parece desconfiar de que los estadísticos hagan bien su trabajo y teme que extravíen alguno de sus registros. Cinco Champions League, una Eurocopa, Balones de Oro, Pichichis, Ligas y una lista enorme de éxitos que perfectamente podría instalar al portugués en la cima de la mítica del madridismo, por encima incluso de Di Stéfano, pero da la sensación de que lo que Cristiano desea no son homenajes ni cariño, sino un notario que levante acta de sus éxitos.
En breve comenzará el Mundial. No sería descabellado que Ronaldo aúpe a Portugal y agregue este trofeo a su colección. Ni que lo acompañe con el de máximo goleador de la competición o el de mejor jugador. Como tampoco lo sería que si lo logra dedique luego un rato a recordarnos que ha ganado una Eurocopa y un Mundial. Personalmente, creo que nunca hay que subestimar el ego de una estrella y a un jugador como el portugués lo querría siempre en mi equipo. Su juego y su ambición son formidables para competir, pero me incomodan sus ostentaciones. Si Ronaldo logra el título se pondrá en lo más alto, al nivel de leyendas como Pelé o Maradona, pero a pesar de ello, no podré evitarlo. Mientras lo veo celebrar me sentiré incómodo, bajaré la vista y apenas podré levantarla de la punta de los zapatos.
Pike Bishop
(texto publicado originalmente en Diarios de Fútbol el 13 de junio de 2018 Cristiano y su Legado - Por Pike Bishop
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