jueves, noviembre 18, 2010

Ojo por ojo

Escuché cada sílaba de su pensamiento desde la puerta del club. Había intentado tragarse la angustia pero su estómago regurgitaba el dolor y tan sólo le quedaba esperar que se deshiciera aunque fuera rumiándolo.
Dave Fenster había perpetrado relaciones jugando siempre a la baja, y si alguna vez pronunciaba la palabra compromiso se cuidaba de hacerlo en cursiva. Muchacho, el amor es cosa de dos, pero aquí nadie habló de equidad o de uno más uno – le confesó una noche a uno de los camareros del club mientras exhibía su sonrisa de concurso. Su voz, rota de nacimiento, como en una resaca eterna, era la herramienta perfecta para restar hierro cuando alguien mentaba la lista de damnificadas – todas ellas víctimas de una versión romántica del síndrome de Estocolmo - que había dejado en el camino.

Amaba de farol y escapaba en el momento justo para evitar manchas y molestas rozaduras. Su maquinaria hedonista se tambaleó el día que apareció Rachael Dogen, una bomba en miniatura capaz de hacer revisar el voto de castidad a un eunuco. Fenster no era un tipo de gustos complejos y aquello era sencillo. Todo lo sencillo que puede ser un cuerpo pluscuamperfecto sujetando una mirada que secuestraba los remordimientos de los hombres más fieles con un pestañeo.

Ninguno de sus amigos puede explicar todavía como aquel tipo, que había convertido el egoísmo en un arte preciso, el mismo que alardeaba sin rastro de cinismo que lo mejor de las relaciones es que antes o después terminaban, no pudo darse cuenta de que la ley del Talión se estaba ensañando con él y que lo suyo con Rachael solo era un montón de mientras, una colección de paréntesis. El bateador señaló la dirección de la pelota antes del golpeo y todo el estadio sabía que saldría del estadio. Fenster fue el único que miró hacia otro lado. Home run. Fin del partido. Para siempre.

Aquella noche Fenster, decidió rebajar su whiskey con agua pasada. Como cada noche desde hacía casi un año, como cada minuto en el que percibía que su relación con Rachael no le había dejado recuerdos, sino secuelas. Cuando me vio entrar al club intentó amartillar un saludo pero apenas logró el croquis de una sonrisa. Exhalaba vulnerabilidad. Jamás le había visto tan humano.



– Tengo una mente anticuada respecto al honor: 'ojo por ojo' y cosas así.
Louis Cyphre (Robert de Niro) · El corazón del Ángel