martes, junio 04, 2013

Las noches más largas


Gus Paddy se retrasa. Sentado en el Korova, aburrido de la conversación con el whisky, prendo un cigarrillo, abro mi cartera y hago balance de recuerdos. Mientras Coltrane va pariendo acordes, surge un inventario de nostalgias: varias notas en servilletas con direcciones y nombres lejanos, casi ajenos; la factura de un motel, la más cara de mi vida, treinta dólares y un divorcio fueron el precio, como para olvidarla; y una foto, una instantánea amarillenta, ajada, que el tiempo emborracha de nostalgia.

Unos tipos sentados en la mesa de un bar, con más botellas que vasos, y la niebla de varios paquetes de cigarrillos. Me gusta mirar aquella imagen, en silencio, y que suenen en mi cabeza las risas que se adivinan en la foto. Nos la hicieron por sorpresa, celebrando algo que no recuerdo porque hace tanto tiempo que ni siquiera habíamos empezado a ser jóvenes. Tanto tiempo, que estrenábamos sonrisa cada día y hasta nuestra saliva era una novedad. Nos creíamos invencibles, con la sensación de que habrían bastado un par de aspirinas y tres whiskys para curar un infarto. Aquellos años estábamos tan acostumbrados a emborracharnos que cuando no lo estábamos nos quitábamos las gafas para verlo todo borroso. ¡Dios que tiempo! Allí estaban Crazy Louis, Mitch, “Big” John, Phil, Jules, y algún otro. También Joe “el cieno“, aquel tipo al que una vez habían echado de un prostíbulo por vicioso. ¡Qué grupo! Años divertidos, a los que parece que les robaron meses.
Acabó casi sin darnos cuenta. Dan Enke fue el primero en marchar para aceptar el trabajo de una empresa de publicidad en New Jersey. Mitch se casó y cambió aquella vida por otra mucho más aburrida, en la que hasta los besos sabían a burocracia. Poco a poco llegó el final del ciclo de otros. Cuando Jesse Moyes marchó a Denver a trabajar en una empresa de transportes supe que todo había acabado. Su despedida fue el fin.
Gus fue el último. Se marchó a vivir a una zona residencial de las afueras, donde el único humo posible es el de las velas en las tartas de cumpleaños.  Pero él, como yo, es de los que piensa que llegamos a una edad en que ya no se hacen nuevos amigos, sino que hay que esforzarse por conservar los que ya tenemos. De cuando en cuando buscaba una excusa cuando para dejar su casa y caer por el Korova.

Al llegar se sienta a mi lado, coge la foto, la observa un rato, y deja entrar aquella época loca, de bares, mujeres y noches. De una etapa que no volverá. “Eran buenos tiempos. Esas cenas eran geniales, no cesábamos de reír todo el rato – me dice –.  Ahora, las únicas frases interesantes que oigo son las del camarero recitando la carta”. Me devuelve la foto y da un profundo suspiro. Puedo ver en su cara la nostalgia de una época pasada maravillosa. Más divertida de lo que pueda ser ninguna.
– ¿Lo echas de menos?
– ¿Sabes Pike? – dio una profunda calada. Soltó el humo lentamente, mirando distraído a una de las camareras al pasar –. Te diré algo. La vida siguió su curso, soy feliz. Y no me arrepiento de haberme ido, de alejarme de aquello. Pero te lo confieso, echo de menos aquellas carcajadas. Maldita sea Pike – me dijo muy serio– a veces, algunas noches, no puedo dormir cuando el maldito silencio ya no me deja oír el ruido de las risas.
– Pon dos más, Dave. La noche será larga.

– Por las noches sale gente de todas las clases. Putas, macarras, ladrones, traficantes de droga… Algún día llegará una lluvia que limpiará las calles de esta porquería.
Travis Bickle (Robert de Niro) · Taxi Driver