martes, julio 24, 2007

Say it ain't so Joe

Nadie hablaba nunca en el Korova sobre aquel tipo de la barra que se consumía tan aprisa como sus cigarrillos. No se conversaba del que había sido uno de los mejores jugadores de béisbol de la historia. Ni los aficionados de los White Sox querían ya recordar que cada vez que aquel tipo bateaba, la bola salía volando tan alto que se desataba una crisis de envidia entre los pájaros.

Joe era un tipo con saber estar. De los que pasa tres noches seguidas en la barra del Korova y es capaz de estar callado en doce idiomas. De los que saben que la cuarta copa solamente es el camino imprescindible para llegar a la quinta. De los que aprovechaban una borrachera para no decir que su nombre era Joe Jackson, llamado Shoeless Joe, y que hubo una época en la que los aficionados hacían cola a la salida del estadio de los Chicago White Sox para conseguir su firma en un papel, lo único que le habían enseñado a escribir en toda su maldita vida.

La mirada de Joe era un aviso de naufragio que olía a barro y derrota. Todavía conservaba sus retazos de campesino de Carolina del Sur y el aire frágil que da saber que cada bocanada de aire es de prestado. Y a pesar de eso nunca se le escapó una queja.

Nadie le oyó nunca quejarse de su suerte, ni le escucharon maldecir a la maldita comisión de la Liga. Ni siquiera se molestó en contarnos como trataron de obligarle a aceptar un soborno para amañar aquel partido de las series mundiales de 1919. No explicó a nadie que él mismo intento devolver aquel dinero y puso al tanto al dueño del club, Charles Comiskey, del apaño.

Nunca se lamentó de que siempre se le recordara como uno de los ocho jugadores implicados en el escándalo de los Black Sox. Ni de que injustamente quedara como uno de los innombrables para el Salón de la Fama. No se tomó ni la molestia, maldita sea, de explicar como en aquel partido mantuvo su promedio, que no tuvo ningún maldito error, que su juego se mantuvo en un excelente nivel. Que en cuanto a su juego, su honor estaba fuera de duda.

¡Dios santo Joe! me hubiera gustado que alguna vez nos dijeras algo. Te recuerdo aún saliendo de aquel Juzgado cuando te sancionaron de por vida. Y me dan ganas de gritarte, Joe, igual que te gritó aquel niño llorando: Say it Ain’t so, Joe



– ¿De donde viene forastero?
– De ningún sitio en particular.
– ¿Y a donde se dirige?
– A ningún sitio en particular. Todos los sitios son buenos para pasar de largo.

Juez Roy Bean (Walter Brennan) y Cole Harden (Gary Cooper) · El forastero